¿Sabías que las energías externas de los demás pueden agotarte?

Compartir

Más post

energía

Seguro que alguna vez has sentido que, después de pasar un rato con ciertas personas, terminas completamente sin fuerzas, como si te hubieran absorbido toda la energía. No es algo que te pase solo a ti, ni tiene que ver con que hayas dormido poco o comido mal. A veces, lo que realmente te está agotando es lo que no se ve: la energía de los demás. Sí, suena raro al principio, pero en cuanto empiezas a fijarte, tiene mucho más sentido del que parece.

Todos, en mayor o menor medida, reaccionamos al ambiente, a las emociones que flotan en el aire y al estado de ánimo de quienes tenemos cerca. Hay personas que simplemente lo notan más, lo sienten más. Y hay otras que, sin saberlo, acaban arrastrando la carga emocional de los demás y llevándosela a casa como si fuera suya.

 

¿Qué es eso de la energía que se contagia?

Cuando se habla de energía en este contexto no se está hablando de electricidad, ni de calorías, ni de nada físico que puedas medir con una máquina. Se trata más bien del estado interno de cada persona: cómo se siente, lo que piensa, lo que emite, aunque no lo diga. Todos tenemos un estado emocional que se nota, aunque no se vea. Y ese estado tiene un impacto en quienes nos rodean.

Piensa en un momento en que alguien entró a una habitación y, sin decir nada, ya sabías que estaba de mal humor. No lo había dicho. No había hecho ningún gesto agresivo. Simplemente, se notaba. Eso es energía. O cuando estás con alguien que está tranquilo y feliz, y te sientes bien con solo estar a su lado. Esa es otra forma de energía.

Aunque no se vea ni se toque, eso que emiten los demás puede influir directamente en ti. Sobre todo, si tienes una forma de ser que tiende a estar muy pendiente de cómo están los demás.

 

Personas que absorben la energía de los otros

No todo el mundo siente las cosas con la misma intensidad. Hay personas que tienen una especie de radar emocional encendido todo el tiempo. Lo perciben todo: detectan cuándo alguien está incómodo, cuándo alguien calla algo, cuándo algo no encaja… Son personas que se ponen en el lugar del otro sin esfuerzo, que sienten el dolor ajeno casi como propio. A eso se les llama personas empáticas.

Ser empático no es un problema. Al contrario, tiene muchas ventajas: eres más comprensivo, sabes cuidar, tienes tacto, no haces daño porque te das cuenta cuando alguien lo pasa mal… Pero también puede ser agotador.

El problema viene cuando esa empatía no se regula, cuando te pasas el día absorbiendo el malestar, las frustraciones o incluso la ansiedad de quienes te rodean, y tú ni siquiera te das cuenta. Solo notas que acabas el día sin fuerzas, con la cabeza llena y el cuerpo tenso.

Y no hace falta que sean personas negativas ni tóxicas, a veces basta con que alguien cercano esté pasando un mal momento, y tú estés tan conectado emocionalmente con él o ella, que terminas llevándote parte de ese peso sin querer.

 

¿Por qué te agota la energía de otras personas?

Primero, porque estar tan pendiente de los demás cansa. No es lo mismo ir a una comida con amigos solo a pasarlo bien, que estar todo el rato captando quién se siente desplazado, quién discute con quién, quién se ha callado algo… Cuando tu mente está en modo alerta emocional, aunque tú creas que estás relajado, en realidad estás gastando una barbaridad de energía interna.

Segundo, porque esa carga emocional se acumula. No te das cuenta, pero la arrastras. Vas recogiendo preocupaciones que no son tuyas, problemas que no puedes resolver, sensaciones que no te pertenecen. Y el cuerpo lo nota. No solo en forma de cansancio físico, sino también con dolores, nerviosismo, insomnio o incluso bajones de ánimo que no sabes de dónde salen.

Y, por último, porque no sueles poner límites. Muchas personas empáticas sienten que deben estar siempre disponibles, que no pueden decir que no, que tienen que escuchar, apoyar, contener… Pero nadie puede sostener todo eso sin consecuencias. Tarde o temprano, el cuerpo y la mente empiezan a pasar factura.

 

Señales de que estás absorbiendo lo que no es tuyo

No siempre es fácil darte cuenta, pero hay algunas señales que pueden ayudarte a identificar si estás acumulando energía ajena:

  • Te levantas cansado sin haber hecho nada físico el día anterior.
  • Sientes tristeza, ansiedad o angustia sin tener una razón clara.
  • Te cuesta concentrarte después de hablar con ciertas personas.
  • Te duele la cabeza o el cuerpo sin causa aparente.
  • Te cuesta desconectar mentalmente de los problemas de los demás.
  • Te notas irritable o con una sensación de “saturación”.

Cuando esto se vuelve frecuente, no significa que tengas algo mal, solo que estás absorbiendo demasiado de lo que te rodea.

Y no es culpa de nadie, pero sí es algo que puedes empezar a cuidar.

 

Lo que puedes hacer para proteger tu energía

No se trata de dejar de ser empático, ni de volverte una persona fría que no escucha a nadie. Al contrario. La idea es que puedas seguir siendo tú, pero sin vaciarte cada vez que compartes tiempo con otros. Aquí van algunas ideas para empezar a protegerte:

 

Aprende a diferenciar lo tuyo de lo ajeno

No todo lo que sientes viene de ti. Cuando notes que algo te pesa, pregúntate: “¿Esto es mío o lo he recogido de alguien más?”. Puede parecer una tontería, pero ese pequeño ejercicio mental puede ayudarte a soltar lo que no te corresponde.

 

Deja de estar disponible para todo el mundo todo el tiempo

Estar siempre pendiente de los demás no te hace mejor persona, solo te deja más cansado. Aprende a decir “ahora no”, “necesito un rato para mí” o incluso “no puedo ayudarte con esto”. No es egoísmo, es salud mental.

 

Rodéate de personas que también te sumen

No puedes evitar encontrarte con gente que te carga o te agota, pero sí puedes elegir con quién pasas más tiempo. Busca personas que te hagan sentir bien, que te respeten cuando necesitas espacio y que no te vean como un buzón de quejas.

 

Crea pequeños rituales para desconectar

Después de una conversación intensa o de una jornada en la que has estado muy expuesto a las emociones de otros, haz algo que te ayude a cortar con todo eso. Puede ser darte una ducha, salir a caminar, ponerte música que te relaje o simplemente estar un rato en silencio. La clave es que el cuerpo y la mente entiendan que el día ya ha terminado y que pueden soltar.

 

Meditaciones de protección energética

Una empresa que trabaja con este tipo de temas, Creceportucuenta, nos habla de la importancia de las meditaciones de protección energética. Y lo cierto es que son muy útiles. No hace falta que tengas experiencia en meditar ni que creas en cosas raras. Se trata de dedicar unos minutos al día a centrarte, cerrar los ojos, respirar, y visualizar que creas una especie de barrera entre tú y lo que te rodea.

Esto ayuda a que no te entre cualquier energía, emoción o estado ajeno. Cuesta un poco al principio, pero con el tiempo se vuelve algo muy natural y muy eficaz.

 

Haz pausas a lo largo del día

No esperes a estar agotado para darte un respiro. Cada cierto tiempo, aunque solo sea cinco minutos, para. Respira. Piensa en cómo te sientes. Si notas que algo no cuadra o que llevas un rato con mal cuerpo, no sigas en piloto automático.

Cuanto antes lo notes, antes podrás soltarlo.

 

Cuida tu cuerpo también

No olvides que todo esto no es solo mental o emocional. El cuerpo también lo siente: dormir bien, comer cosas que te sientan bien, moverte aunque sea un poco cada día… todo eso ayuda a que tengas una base más sólida desde la que protegerte. Si tu cuerpo está fuerte, también lo estará tu energía.

 

Lo que no ves también influye

Pocas veces nos enseñan a mirar hacia dentro. Lo que nos enseñan es a rendir, a aguantar, a darlo todo por los demás… y está bien cuidar, pero no si te dejas fuera de la ecuación. Porque lo que no se ve —esas emociones que se te pegan, esa tensión que se queda contigo, ese cansancio raro que te acompaña días— también necesita que le prestes atención.

Tener buena energía no es cuestión de hacer grandes cambios. A veces basta con hacerte preguntas simples: “¿Cómo estoy?”, “¿Qué necesito?”, “¿Qué es mío y qué no lo es?”. Y luego darte permiso para hacer algo con esas respuestas.

Empieza por observarte un poco más. Y, sobre todo, empieza a darte cuenta de que también puedes cuidarte sin dejar de estar para los demás. Porque una cosa no quita la otra. Solo necesitas encontrar ese punto en el que ayudar no signifique agotarte.